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El cine psicológico y la moral en “The Whale”

  • Foto del escritor: bingofuel
    bingofuel
  • 3 abr 2023
  • 3 Min. de lectura

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Composición V, Wassiliy Kandinsky, 1911

Hollywood es tierra de sacrificios mesiánicos y “The whale” no ha sido la excepción este año. Partir hacia otra vida absorbiendo el sufrimiento, falta de empatía, moralizando una trama incómoda, de pocas sutilezas y demasiada exposición; da por resultado esta ecléctica película.


Esta extraña sensación no la deja una película que no se entiende. Existe impacto, personajes entrañables y odiables, dinámica; son todos los restos de comida que incluso el realizador quiso traspasar por la pantalla. La incomodidad, en verdad, la deja un realizador como Darren Aronofsky que probablemente esté marcando una época.


Revisar el currículum de este director es pertinente para recordar en qué consiste su idea de cine: la obsesiva “Pi, el orden del caos” fue la presentación de un hombre que dejaba su huella en épocas de Matrix. El cambio de era y la vorágine cibernética fueron la excusa para abrirle paso a un maestro del cine psicológico.


Mucha similitud puede verse entre “Pi, el orden del caos” y “Eraserhead” de David Lynch, pero ya llegaremos al pretendido hilo que une a Aronofsky con el genio de “Twin Peaks”. Antes es preciso hablar de “Requiem for a dream”, el verdadero rostro de este director.


La pesadilla heroinómana y estacional es una catarata de emociones donde la carnalidad, planos detalles y abstinencia, se salpican como sudor ante el espectador. Quien quiera puede terminarla, sólo que el título ya anticipa cuantos huevos deben romperse (sacrificarse) para la tortilla del sueño.


Salteando “El luchador” por un momento, luego dirigió “El cisne negro” en lo que resulta el punto más interesante y quizás equilibrado de su obra. Los límites, fascinación, competitividad y juego de alter ego le ponen el moño a la madre moderna de todas las películas psicológicas de obsesión (Whiplash, Sound of metal) por las grandes ligas.


El aterrizaje en la filmación de “Noé” es sorpresivo. Fue tomar riesgos bíblicos, apostar a la psicosis del orden superior, y el desenlace no tuvo ni pena ni gloria. “Mother!”, también indagando en los primeros libros de la biblia (Génesis), tuvo más viento en popa comercial. Jennifer Lawrence y compañía, pero muy alejado de lo esperado.


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Darren Aronofsky y Brendan Fraser

Y por fin, la apoteosis vino con “The whale”. Una película donde una persona con obesidad, rechazado y odiado por otros y por sí mismo, sube a los cielos tras demostrar el amor que guardaba por una hija que jamás le dio una oportunidad, con una excepción: rédito económico.


Esta zanahoria triste y perversa mantuvo en pantalla la relación más compleja de la película. Seguido del show del sufrimiento, imágenes innecesarias donde se exaltaba la voracidad (demasiado actuada) de una persona obesa por comer, permiten replantearnos qué quiso contar Aronofsky.


Esta vez la moraleja no está presente en el terreno de un adicto que le amputan un brazo (Requiem) ni un cisne que escapa de su bailarina (Cisne negro) en un plano fantástico o mágico, donde la tecnica del doble consolida la pelicula. En “The whale” hay una moral religiosa que justifica el sufrimiento de un hombre.


Si comparamos esta película con “El hombre elefante” de Lynch, podríamos ver la diferencia sustancial entre retratar una vida apedreada por la falta de alteridad y empatía en la sociedad, respecto a un Jesús que soporta todo el mal y deja la vida por su mensaje (“The whale”).



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Escena de "El hombre elefante".


Por momentos, resulta tentador comparar al dueño de esa especie de circo de “El hombre elefante” con Aronofsky. Ambos se regocijan con la tragedia, no les alcanza que la luz destelle contra quienes sufren, esos “fenómenos” que vacían el balde de pochoclos a fuerza de suspenso e intriga por su (más que sabido) triste porvenir.


La psicótica manera de entender el cine que tenía el maestro Hitchcock se transformó hace rato. Dar espacio a que la imagen hable dejó de ser la primera opción, y si es explotada como recurso, culmina en un espectáculo grotesco. Nos atragantamos como Charlie en “The whale”, sentados en la butaca de la indiferencia indeclinable que nos quieren hacer creer directores como Aronofsky. Desde acá, nos negamos.


 
 
 

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